sábado, 30 de abril de 2016

Para que te dé alas

Hace unos días estuve en el instituto Manuel Sanchis Guarner, en Castelló de Rugat, para dar una charla de superación personal a los alumnos de mi amiga María Benavent, eran chavales que tienen entre trece y dieciséis años. Fue una experiencia súper positiva porque creo que, cuando hago ese tipo de cosas, la vida me devuelve lo que ofrezco multiplicado por mil nuevas sensaciones positivas.

Todos los jóvenes participaron a su manera en el acto, porque después de contarles mi historia siempre dejo un tiempo para preguntas o comentarios y me gusta establecer un pequeño diálogo con ellos para resolver sus dudas o curiosidades. Pero me quedo con una anécdota que ha marcado una huella de luz en mi alma. Una joven, no recuerdo su nombre, se acercó a la mesa y me dijo que tenía un regalo para mí. Se había enterado que me colecciono llaveros reconocibles al tacto y me dio un llavero con una mariposa. Alargué la mano para que me lo diera y entonces me dijo algo que me hizo vibrar de emoción: “te regalo esta mariposa para que te dé muchas alas”. Y es que a veces encontramos alas en el momento y en el lugar más inesperado. Tal vez esa alumna acertó por casualidad, pero sus palabras me dieron fuerza, alegría e ilusión durante unos minutos en los que sentí que podía incluso desplegar esas alas invisibles y echar a volar.


Aunque luego aterricé y me pregunté qué son exactamente las alas. Según el diccionario de la Rae, las alas son cada uno de los órganos o apéndices pares que utilizan algunos animales para volar. Sin embargo existe otro tipo de alas invisibles que nos arrastran hacia arriba, que iluminan nuestro camino y que nos hacen sentir que somos invencibles durante un instante. Esas son las alas del pensamiento y de la fantasía que sirven para viajar lejos sin moverse del sitio. Y la sensación cuando uno siente que vuela es... ¡sublime! No obstante, hay que ser realista y no dejar que esas alas nos lleven tan lejos que no sepamos regresar a la normalidad.

¿Qué cosas nos dan alas? La sonrisa de otra persona, las palabras cargadas de afecto, la ilusión, la esperanza, los sueños, los deseos, el amor, la amistad, la familia, pequeños objetos que tienen un gran valor sentimental, la música, la poesía... Para cada ser hay unos detonantes que hacen clic en su mente y la rueda empieza a girar a gran velocidad para tragarse el aire y sentir, durante una décima de segundo, que no hay nada imposible.


¡Atrévete a volar con las alas de tu imaginación!

Maria Sentandreu



lunes, 12 de enero de 2015

TALLER PARA EMPRENDEDORES

TALLER PARA EMPRENDEDORES

Hoy quiero compartir con todos los lectores de “El salto de los delfines” una experiencia muy positiva que he vivido durante las últimas semanas.

Hace un mes me llamaron desde la Fundación ONCE por si quería realizar un taller para emprendedores sobre la creación de un negocio, pues en una entrevista que me hicieron no descarté la posibilidad de montarme algo por mi cuenta. Solo había dos requisitos: estar en el paro y tener alguna discapacidad. Al principio tuve dudas, pero al final decidí apuntarme y romper con mi burbuja. Me hacía falta salir de la rutina y tener nuevas experiencias, pensé que era una buena oportunidad. Estudié cómo desplazarme hasta Valencia y mi hermana me ofreció la posibilidad de que me quedara a dormir en su casa durante las tres semanas que duraba el curso. Me hacía ilusión, aunque tenía miedo porque era algo nuevo y tenía que enfrentarme a las dificultades que produce el hecho de estar ciega. Pero esta vez no dejé que el miedo me bloqueara un deseo.

El primer día del curso me acompañó mi madre y estuvimos practicando el trayecto para ir sola con el bastón desde el metro hasta el aula y viceversa. Pero encontré a un duende solidario que se ofreció a acompañarme todos los días, era un compañero de clase que se llama José Manuel con el que establecí un pacto de espontaneidad y cada mañana se convertía en mi guía. Compartimos risas, comentarios y reflexiones, pero José Manuel consiguió que recuperara la fe en la solidaridad de la gente. Aunque en realidad no me puedo quejar, porque todos los compañeros del taller eran buena gente y me hicieron sentir que yo era una más, me integré en el grupo y me sentí muy a gusto entre ellos. Todos me guiaron en algún momento, íbamos a desayunar a una cafetería y compartíamos experiencias, dudas, ilusiones, contradicciones y esperanzas. Cada uno tenía su historia, cada uno tenía sus propias limitaciones, pero todos teníamos algo en común: la vida nos obliga a luchar contra las dificultades para seguir adelante con una sonrisa entre los dientes. Todos hemos aprendido, cada uno a su manera, a poner al mal tiempo buena cara.

Mis compañeros del taller para emprendedores
Mis compañeros del taller para emprendedores


Hemos aprendido muchas cosas y ahora sabemos todo lo que hay que tener en cuenta a la hora de poner en marcha nuestro negocio. Hemos aprendido a diseñar un plan de empresa en condiciones, a pensar con calma, a desarrollar nuestra creatividad, a presentar nuestra idea ante unos hipotéticos inversores, a defender nuestro proyecto frente a la reticencia de los demás. Pero sobre todo hemos aprendido a escuchar y a enriquecernos con los comentarios de los demás. Este curso nos ha servido para ampliar nuestros horizontes y abrir la mente a nuevas posibilidades. Además, se han producido sinergias interesantes y posibles colaboraciones entre distintos proyectos.

Hemos tenido dos profesores que han sabido transmitirnos sus conocimientos y que han conseguido que el curso sea bastante ameno, a pesar de los inevitables días malos cuando el temario se hacía más árido. Javier estuvo con nosotros los primeros días y nos ayudó a desarrollar nuestras ideas a través de diversas técnicas para fomentar la creatividad, fue muy divertido y en ese instante confirmé lo que ya sabía, soy una persona creativa, sobre todo en la escritura y mi cabeza es una olla a presión en movimiento constante. Luego vino María y empezamos a trabajar con el plan de empresa punto por punto. María tiene una voz cálida y ha demostrado que sabe adaptarse a las necesidades del grupo, se esfuerza en hacer que la clase funcione y sabe comunicar y llegar a sus oyentes. Los dos profesores fueron muy amables y dieron muchas facilidades para integrar a todos los alumnos.

En general hubo un buen ambiente y estoy satisfecha de haber participado en este fluir de circunstancias, porque para mí no ha sido solo un taller para emprendedores, sino que esta experiencia me ha dado fuerzas y energía para seguir luchando por mis sueños. No sé si algún día abriré mi propio negocio y lanzaré al mercado la revista cultural que ya existe en mi mente esperando el momento para convertirse en una realidad. Pero hoy siento que estas semanas he ganado muchas cosas: he adquirido nuevos conocimientos, he conocido a gente maravillosa, me he reído, me he demostrado a mí misma que soy capaz de aceptar nuevos retos y superarlos con éxito y además he vivido una temporada con mi hermana y hemos mejorado nuestro vínculo afectivo.

Pero lo más importante de todo es que esta experiencia me ha subido la autoestima porque me ha hecho recuperar un viejo lema que siempre ha marcado mi vida: “querer es poder”. Nunca lo olvidéis, la luz y la energía están dentro de uno mismo y solo hay que creer que podemos alcanzar nuestros sueños para que aumenten las posibilidades de conseguirlo. Porque la fe mueve montañas, aunque a veces necesitamos un pequeño empujón y una pequeña dosis de suerte. Tal vez simplemente se trate de estar en el lugar adecuado en el momento oportuno. O, como dice José Manuel, el truco esté en ver siempre el vaso medio lleno. Estoy contenta porque llegué al taller con un montón de dudas y salgo con la mochila llena de energía, ilusión y alegría.



Maria Sentandreu

jueves, 7 de agosto de 2014

Ana María Matute, un hada de la literatura española


La escritora Ana María Matute falleció el pasado miércoles 25 de junio de 2014, cuando estaba a punto de cumplir 89 años. Y de repente he recuperado de la trastienda de mis pensamientos un recuerdo feliz que me ha hecho sentirme bien durante muchos minutos en los últimos años. Tuve la suerte de conocer a Ana María Matute en persona. La Fundación Caja Castellón organizó en enero de 2011 un acto con la escritora y yo asistí al mismo como periodista. Pude participar en la rueda de prensa previa al acto y le hice varias preguntas que contestó con mucha paciencia y amabilidad. Tenía 85 años y ya mostraba varios problemas de salud. La llevaron en una silla de ruedas y bromeó sobre su sordera, rogándonos que hiciéramos preguntas breves y que gesticuláramos bien para poder leernos los labios.

El día que conocí a Ana Maria Matute
Ana María Matute siempre había sido un referente para mí, aunque solo me había leído tres libros suyos: ‘Paulina’, ‘El tiempo’ y ‘Luciérnagas’. Pero desde ese día en que el destino cruzó nuestros caminos sentí que ella era mi faro, mi guía, mi luz. Sentí que Ana María Matute era un ejemplo a seguir y me transmitió la fuerza necesaria para seguir creyendo en mis posibilidades como escritora. Porque yo aún sueño con ser una escritora de éxito y conocer su historia de cerca me dio fuerzas para seguir luchando por mi sueño. Sus palabras fueron para mí como un rayo de luz que iluminó mi camino. Porque además Ana María Matute me dio un consejo que ha estado presente en mi vida desde entonces. Una compañera le preguntó qué le recomendaría a una persona joven que esté empezando en el mundo de la literatura y la autora contestó: “que no tenga miedo de vivir, ni de sentir ni de escribir”. Y eso es precisamente lo que he intentado hacer desde entonces, vivir intensamente cada momento como seguramente habrá hecho ella, no tener miedo de mis propios sentimientos y escribir lo que llevo dentro dejándome llevar por la intuición.

Conocer a Ana María Matute fue para mí una experiencia muy positiva que dejó en mi corazón una gran huella de luz. Porque a pesar de todo lo que ha sufrido también ha reído, ha vivido grandes momentos y ha tenido éxito, pues es una de las escritoras más queridas de la literatura española. Ana María Matute me transmitió un torrente de energía positiva y me contagió sus ganas de vivir.



Maria Sentandreu

martes, 14 de enero de 2014

Propósitos para el año nuevo


Ahora que ya se han terminado los turrones y la costumbre de cantar villancicos junto al fuego, que ya han pasado los días de comer en familia, que ya hemos cumplido el ritual de comernos doce granos de uva al ritmo de las campanadas, que hemos pedido un deseo y que los Reyes nos han dejado carbón o quizás un regalo inesperado... Ahora que ya hemos empezado el 2014 con energía e ilusión, todavía nos queda pendiente la tarea de elaborar una lista con los propósitos para el año nuevo.

Solo hay que coger una hoja en blanco y un bolígrafo o encender el ordenador, pensar un poco y escribir las metas, deseos o propósitos a tener en cuenta durante los próximos 365 días. Tendrás que ser valiente, reconocer tus errores y marcarte objetivos concretos que te ayuden a mejorar tu situación actual. Tendrás que ser realista, no vale aquello de llenar una página con propuestas que de antemano sabes que no vas a cumplir. También tendrás que ser sincero contigo mismo, pues, ¿realmente te crees capaz de realizar todo lo que has proyectado? Cuando definas tu lista, recuerda que para tener éxito los propósitos deben ser objetivos concretos, realistas y adaptados a tus capacidades.

Asimismo, debes saber que hay diferentes tipos de propósitos. En primer lugar, los relacionados con el tiempo: los viejos, los de siempre, los nuevos. Es decir, aquellos que arrastramos desde hace años y todavía no hemos cumplido, aquellos que tenemos pendientes y quisiéramos conseguir, aquel capítulo del pasado que todavía no hemos superado, etc. Después están los que repetimos todos los años y nunca cumplimos como por ejemplo perder peso o hacer ejercicio físico. ¿No crees que hoy es un buen día para empezar? Y los nuevos proyectos o nuevas inquietudes como escribir una novela o asistir a un curso de cocina. En segundo lugar, los relacionados con el objeto: materiales o inmateriales. Hay que diferenciar entre los objetivos más materiales, como encontrar trabajo o ganar dinero, y los inmateriales que nos ayudarán a cultivar el espíritu, por ejemplo ser más amable con la gente y tener paciencia. Por último, hay propósitos típicos y personales. Es frecuente incluir el propósito de ir al gimnasio, empezar la dieta y perder unos quilos, dejar de fumar, estudiar idiomas o mejorar las relaciones sociales con familiares y amigos. Pero también existen los personales, esas metas o deseos por las cuales estamos dispuestos a luchar: un viaje, una afición, un proyecto cultural.

No obstante, hay un propósito que todo el mundo comparte: ser feliz. La pregunta es: ¿cómo conseguirlo? Quizás la clave está en ser uno mismo respetando la libertad de los demás. Pero hay tres cosas que ayudan a encontrar la felicidad y a disfrutar cada instante: pensar en positivo, vivir el presente y afrontar los miedos. Nadie puede ser feliz mientras su cabeza esté llena de pensamientos negativos que bloquean las buenas sensaciones, nadie puede ser feliz si tiene el corazón lleno de angustias que pinchan como si fueran agujas. Hay que pensar en positivo pero a la vez centrarse en el presente, cerrar la puerta del pasado y vivir cada instante como si la próxima bocanada de aire fuera lo más importante, sin preocuparse tampoco por el futuro. Y tener el valor suficiente para afrontar todos los miedos que atan a la sombra incómoda de la desesperanza. Porque el miedo limita y no empuja hacia delante, por eso hay que afrontarlo, para evitar que se haga grande con el tiempo y se convierta en un obstáculo para encontrar unos minutos de calma y serenidad.

¿A qué esperas? Escribe tus propósitos y márcate unos objetivos concretos con la intención de conseguir lo que te habías propuesto. No te preocupes si el año pasado no lo conseguiste, el 2014 te ofrece una nueva oportunidad, puedes volverlo a intentar, quizás hoy sea tu momento y algún sueño se haga realidad. ¡Ánimo!

¡Feliz año nuevo!


Maria Sentandreu

lunes, 20 de mayo de 2013

Mi abuelo era un mago


Aceptar la muerte de un ser querido es un trance difícil, porque implica la fractura de un vínculo especial con una persona que fue importante en nuestra vida. Cuando un ser querido se nos va sentimos un vacío inmenso a nuestro alrededor, casi como una amputación de algo invisible e intangible en lo más profundo del alma. No es fácil asimilar que esa persona ya no está, ya no existe, ya no volverá a sentarse a tu lado ni hablará con cariño para ti. Sin embargo, debemos centrarnos en lo que hemos tenido y no lamentarnos por lo que hemos perdido. ¿Qué hemos ganado con esa amistad? ¿Qué hemos aprendido? ¿Qué huellas ha marcado esa persona en nuestro corazón? Nadie debe olvidar que cuando la aventura de una vida llega a su fin, a los demás todavía les quedan los recuerdos.

Mi abuelo Miguel nació el 16 de enero de 1927, vivió la guerra civil española en primera persona, sintió el peligro de la segunda guerra mundial a través de la radio, fue testigo del cambio del siglo XX al XXI y comprobó cómo la tecnología mejoraba su calidad de vida, dedicó gran parte de su tiempo a la agricultura y encontró consuelo en la pasión por los animales. No le gustaba mucho leer, pero se le daban bien los números y cuando era pequeño se entusiasmaba cada vez que el maestro le ponía un problema para resolver. Se casó con mi abuela Isabelita y tuvieron cuatro hijos que eran su mayor satisfacción. Vivió grandes alegrías y afrontó momentos difíciles, como cualquiera, pero a pesar de todo fue un hombre feliz.

Mi abuelo y yo mantuvimos una relación especial durante los últimos seis o siete años. Todo empezó con un trabajo de la universidad que consistía en redactar la historia de vida de alguien que tuviera más de 70 años, no dudé ni un solo instante. Elegí a mi abuelo porque siempre me ha gustado escuchar sus historias, pues mi abuelo era un mago de la palabra, contaba las cosas con pasión y te hacía sentir la magia de aquello que expresaba. Su voz era un abanico de matices que cambiaba de tono y de registro y de timbre según las exigencias de cada historia. A él le gustaba mucho hablar, transmitir sus conocimientos, y a mí me encantaba escuchar historias. Por eso nos entendíamos, porque cada uno hacía su papel aportando lo que el otro precisaba para el encuentro.

De repente mis visitas cobraron un sentido diferente, único, especial. Me sentaba a su lado junto al fuego en invierno o frente al ventilador en verano, encendía la grabadora y empezábamos nuestro particular juego de preguntas y respuestas. Él me contó su vida, sus logros o metas alcanzadas, sus penas y sus alegrías, los hechos más importantes de su historia, las rutinas y la pasión por el campo o los animales, las costumbres de su época, las anécdotas divertidas, las limitaciones y los momentos difíciles. Él me contó su vida y yo aprendí a escuchar. Aquellas sesiones tenían algo mágico, porque hablábamos en la intimidad, cara a cara, sin intermediarios y entre ambos se forjaba una complicidad difícil de explicar con palabras. Los dos lo pasábamos bien, reíamos, hablábamos y compartíamos vivencias que ya eran recuerdos.

No obstante, siempre no hablábamos del pasado, a veces interrumpíamos la historia y charlábamos sobre el presente, de su vejez, de mis dudas, de mis miedos, de su batalla constante contra la enfermedad. Pero él nunca perdía la sonrisa, luchaba cada mañana al despertar y trataba de disfrutar cada instante, sin pensar demasiado en el futuro. Era consciente de que su luz se estaba apagando y aun así no perdió el sentido del humor. Aprendí que cuando uno quiere algo debe luchar, no rendirse jamás y trabajar en lo que se ama para ser feliz. Aprendí que no vale la pena quejarse, que es mejor afrontar cada situación con alegría y voluntad de superación.

Aprendí que a veces no hace falta regalar nada, porque el mejor regalo es un pedazo de tu tiempo, un poco de afecto, cariño y comprensión. Aprendí que en la vida hay personas que nos dan auténticas lecciones de vida que marcan nuestro destino y aportan luz en el camino. Aprendí a valorar la importancia de las pequeñas cosas y descubrí que la felicidad está en el interior de cada uno, no en los acontecimientos que suceden a nuestro alrededor. Aprendí que para ser feliz solo hace falta fijarse en el lado bueno de las cosas y apartar a un lado la sombra del desencanto. Por eso y mucho más creo que mi abuelo siempre vivirá en un rincón privilegiado de mi corazón.


Maria Sentandreu

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Los que hemos nacido junto al mar no hay quien nos mueva de aquí


Ya que Maria Sentandreu, propietaria de este blog y gran amiga, me da la oportunidad de participar en el mismo, creo que lo haré describiendo en esta primera ocasión, una parte de mi ciudad de la que me siento enamorada. Todo tiene un comienzo y mi ciudad lo tuvo en un rincón privilegiado. Rodeado por las lagunas de sal y el mar se encuentra Torrelamata. Desearía poder trasmitir en estas líneas cual es la cuna de donde nace mi ciudad Torrevieja.

Comenzaré diciendo que se puede estar viviendo en cualquier zona del globo terráqueo, pero aquel que ha visto como despierta el sol del amanecer en el horizonte elevándose lentamente frente a este pueblo, origen de toda una ciudad, no puede por menos que desear acabar sus días en Torrelamata, rincón del Levante con sabor a mar. 

Y ese sol traicionero y solemne que a la hora nona se clava en el dintel de la iglesia, es el mismo que durante siglos ha sabido dar color a un fruto sustancioso, la uva de esta tierra. La que suscribe sientes alguna vez remordimientos de haber dibujado con la palabra, una Torrelamata que tal vez no exista.

Aunque creo que todos los que escribimos llegamos a inventar los lugares mientras trasformamos a los personajes. En cambio Torrelamata es un objeto literario que cobra realidad en sus gentes y su aroma. Y como dijo Serrat “¿qué le voy a hacer, si yo, nací en el Mediterráneo?”.

Intento perfilar los contornos de este lugar, mencionando literariamente al pueblo, que quizás invento en cada línea. Pero al menos será esa Torrelamata que todos pensamos cuando escribimos. La Torrelamata envuelta en el amor o desde la conformidad; o desde ambos a la vez. Pero olvidando la falsa resignación y sumisión a los atropellos del modernismo que nos adentra inexorablemente en la actualidad. Prefiero describir ese tiempo de belleza, donde el pequeño pueblo, de casas bajas, era el recuerdo de mejores y más tranquilas vivencias, era donde se resguardaba ese otro pueblo aclimatado a sus costumbres. Hoy Torrelamata a crecido como crecen los árboles, hacia lo alto, perfilando su silueta en la lejanía, extendiendo sus raíces hasta prolongarse por las lomas y las dunas, brotando aquí y allá la semilla de la construcción en forma de edificios tan altos como gigantescos árboles, mientras en las plazas crecen árboles tan elevados como pequeños edificios.

Desde el Molino del Agua, hasta la desembocadura del río Segura las construcciones se aproximan peligrosamente al mar, llegando en los últimos años, a mostrar calles donde un hervidero de forasteros, de tiendas, púb y cafetería; dan testimonio de esa influencia llegada del norte. Tanto asfalto llama a una nueva invasión. Tanto hormigón arrastra nuevas formas de construir el futuro, ocultando la conciencia de un pasado aún fresco. Lo cual es una realidad tangible 

Para descubrir los auténticos rasgos de este pueblo, no es suficiente el caminar por sus calles donde el aire no encuentra oponente y el sol no tiene secretos. Es imprescindible acercarse a esas casas bajas de color blanco pardusco, allí es donde se esconde tras los ventanales el más claro tipismo de un pueblo de labriegos, donde la espera, la dolorosa y resignada espera de un vivir monótono se adivina en el carácter de sus gentes. Un carácter que los lleva a  poseer un temperamento íntimo, genuino, capaz de asumir esa transformación del entorno que les viene dada como un juego, donde el turista invade incluso los lugares dedicados al pastoreo y la agricultura, transformado aún más (si eso es posible)  aquello de sentarse a la fresca, que hoy no es otra cosa que sentarse en la puerta de un local de moda, donde se sirven helados de sabores  impensables. 

Pero a Torrelamata el patrimonio inmaterial no se le puede arrebatar. Un patrimonio que se puede encontrar en la brisa de levante que se acerca presurosa a la costa, eso es inalterable. La luz de ese sol que tiene a este rincón como su hogar, eso es inalterable. El silencio que se siente al ver como la Virgen del Rosario atraviesa las puertas del templo; eso, gracias a Dios, es inalterable. El sabor salino de una tierra que vive de cara al mar,  con el sonido de las olas de fondo; eso también es inalterable. 

Queda mucho de aquel rincón que entre otras cosas fue y siguen siendo la esencia de Torrelamata. Y es que este rincón puede con todo lo que le eche. La capacidad de resistencia es grande. A pesar de todo lo que le hacen seguirá siendo el sueño de muchos. El reencuentro con el pueblo (hablo de esa mañana de Navidad, hablo del amanecer de la Fiesta de la Virgen del Rosario, de la verbena, ó del Jueves Santo) ese reencuentro con lo que permanece de la ciudad por mucho que cambie seguirá palpitando. Quizás esto de ser de Torrelamata sea una actitud ante el mundo, una forma de mirarlo… y porqué no decirlo, la grandeza de lo propio.

Encarna H. Torregrosa

domingo, 11 de noviembre de 2012

Fiesta de San Martín


Hoy he recordado cómo se celebraba la fiesta de San Martín en mi pueblo cuando era pequeña y he querido compartir con los lectores de “El salto de los delfines” este recuerdo feliz de mi infancia.

Cada 11 de noviembre el camino hacia la ermita se llenaba de gente alegre, con mochilas a la espalda o cestas colgadas del brazo, que caminaban con la ilusión de participar en la fiesta. La ermita estaba situada a unos dos kilómetros del pueblo, en mitad del campo, sólo se utilizaba para ocasiones especiales. Ese día se hacía una misa en honor al santo y el cura siempre contaba la misma historia. San Martín se hizo famoso porque un día de invierno iba cabalgando envuelto en su amplio manto de guardia imperial, entonces encontró en el camino a un pobre a medio vestir que tiritaba de frío. Martín no llevaba nada más para regalarle, así que sacó la espada, dividió en dos partes su manto y le dio la mitad al pobre. Esa noche vio en sueños que Jesucristo se le presentaba vestido con el medio manto que le ofreció al pobre y oyó que le decía: "Martín, hoy me cubriste con tu manto".

Sin embargo, existía un ritual gastronómico que me hacía mucha ilusión. Mi abuela se encargaba de mantener la tradición de comprar las llamadas “coques de San Martí”, una coca fina con frutos secos y azúcar por encima que  preparaban en las panaderías con motivo de la festividad. Al final de la misa todo el mundo sacaba sus cocas y el cura las bendecía. La gente decía que estaban más buenas y que daba buena suerte. Era un día para estar en el campo y mucha gente se quedaba a comer por los alrededores. Los niños recibían una bolsa de caramelos, buscaban un rincón agradable para sentarse sobre la hierba y se comían un bocadillo o su coca de San Martín.

Aunque había un momento especial, aquel instante en el que todos cantaban al unísono el himno popular que explicaba las costumbres establecidas para ese día. Mientras duraba la canción, cada uno se convertía en cómplice de una alegría compartida y se sentía parte de un pueblo “chiquitín” de la comarca de la Vall d’Albaida. La letra decía:



Quatretonda hoy celebra
la fiesta de San Martín
y de campo nos marchamos
todo el pueblo chiquitín. (BIS)

Siguiendo costumbre sana
y arraigada tradición
salimos esta mañana
con la más grande ilusión
hacia la ermita cercana
entonando entonando esta canción
que es grito de fe lozana
de amor que sale sale del corazón.

De vacaciones hoy gozamos
y felices nos sentimos
hoy por los montes saltamos
y con gusto nos reímos
auras frescas respiramos
aire puro de los pinos
sobre el césped nos sentamos
y un buen yantar ingerimos.


Felicidades si tu nombre es Martín!


Maria Sentandreu